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Cuando el amor se esconde entre el cansancio

Cuando el amor se esconde entre el cansancio

Me fui. Menos de 24 horas, pero me fui, con la esperanza de descansar y retomar con más energía y alegría mi maternidad. Eso no pasó. Al volver no tenía ni energía ni alegría. No estaba física, mental ni emocionalmente preparada para pararme frente a la rutina que gira y gira sin parar.

Llegué y justo mi hija se había dormido. Así que aproveché y me tiré como si no hubiera dormido en días. Al rato me llama la enfermera: “Abru se despertó”. Su conducta y su recibimiento no fueron de los mejores. Y eso es lo que últimamente más me está doliendo y costando.

Creo que puedo ser feliz en todo este quilombo mientras el amor, la ternura, el cariño, los mimos, las risas y los momentos de distensión existan.
El problema es que esos momentos, de un día al otro, se esfumaron. Y me quedé vacía, en el caos y sin los momentos de amor que tanta energía me daban.

Eso pasa cuando hay un cambio conductual tan grande: nos deja, como padres y madres, desorientados, sin saber de dónde agarrarnos para seguir. Si me agarraba de las sonrisas, de los besos, de los abrazos, de las siestas juntas… cuando no están, ¿de qué me agarro? Mi único salvavidas se me había hundido.

Y ahí empecé a sentirme desganada, como ella; triste, como ella; enojada, como ella; sola, enojada y cansada. Tan cansada como si un camión me hubiera pasado por arriba y yo no hubiera tenido tiempo de recuperarme. Como si estos cuatro años se me hubieran caído encima del cuerpo.

Estoy donde estoy, llegué donde llegué gracias a la energía, al amor, a la voluntad, a las sonrisas, los besos y los abrazos de amor compartidos. Sin eso, no soy nada más que una cuidadora. Y ufff… duele, drena, cansa, agota, desnutre. Sí, desnutre.

Y ella, mi marido y yo: los tres nos sentimos igual.

Este año fue bastante golpeador. Muchas gripes, alertas naranjas, estudios médicos, invasiones a su cuerpo, cambios en la enfermería, falta de constancia en las terapias, tratar de redibujar todo 500 veces… gente que entra y sale… cambios en la conducta de Abril.

El amor está, existe, pero con todo esto se volvió muy difícil de dar, recibir y expresar. Y siento que eso hace que todo sea una retroalimentación: al no poder dar y recibir ese amor, no nos cargamos de energía y no aguantamos la diaria. Eso es lo que pienso.

Y llega un punto en el que colapsás, en el que querés mandar todo a la mierda: a todo y a todos. Que se vayan todos.

Como ayer y hoy, que no dejo de pensar que la enfermería es, a veces, una obstrucción para conectar con mi hija. Así que hoy la enfermera se fue temprano. Yo bañé a Abru, nos quedamos jugando a las Barbies, le preparé su merienda, pintamos, nos besamos, nos reímos. Y ahí entendí un poco que esa conexión que ambas necesitamos está obstruida por la cantidad de gente que viene a ayudar —que se valora, sí— pero que termina siendo contraproducente.

Entendiendo esto, creo cada vez con más convicción que hay que reducir la cantidad de tiempo de enfermería. Crear momentos simples de conexión real: cada uno de sus papás con ella, y los tres juntos. Creo firmemente que necesitamos una escapada divertida los tres solos. Necesitamos drenar en el amor todo este agotamiento. Necesitamos presencia real, esa presencia que se ve opacada por trámites, planificaciones, observaciones, teleconsultas, llamadas y videollamadas, mensajes de texto, charlas con enfermería, explicaciones a profesionales.

No hay duda de que eso hay que hacerlo. Pero programado. Organizado. Y luego vivir. Estar. Ser. Jugar. Charlar. Reír. Conectar. Amar. Mirar. Comprender. Compartir un momento sin hacer mucho.

Estar solos, sin enfermería y sin visitas, un finde, un día entero.
Recuperarnos. Ser familia.
Volver a encontrarnos.
Darnos lugar para ser familia.
Y empezar a curarnos.


¿Se animan a contar por aca en los comentarios como manejan ustedes el tema enfermeria? las ayuda? las agota? 


Gracias por leer


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